El Nobel y el peso de la gloria —Roberto, ¿cómo se digiere un Nobel? —Como una espina de pescado —responde—. Te la tragas despacio, tratando de que no se te quede atravesada. Y, mientras tanto, escribes. Porque el premio no escribe por ti.
Hace una pausa. Afuera pasa un perro, ajeno a la conversación.
Los detectives salvajes salta a la gran pantalla —Se habla de una adaptación cinematográfica… —Me da miedo que salga demasiado bien. Si sale mal, la gente volverá al libro. Si es buena, me acusarán de no haberla escrito yo.
Ríe, como quien se sabe inmune al paso de la industria.
El tiempo y la escritura - —¿Escribe distinto a los 72? —Con más cuidado y menos fe. Pero sigo sintiendo la urgencia de un joven que teme quedarse sin palabras.
Levanta la taza y bebe el resto de café frío sin inmutarse.
—¿Quién lo acompaña ahora? —Los muertos. Ellos no me abandonan. A veces hasta me dictan párrafos enteros.
No aclara nombres. Quizá no hace falta.
Un consejo para el joven escritor —Que lea más de lo que escribe, y que viva más de lo que lee. La literatura se nutre de ambas hambres.
Cuando termina la entrevista, Bolaño guarda el cuaderno, paga antes de que pueda protestar y sale sin paraguas. La llovizna lo envuelve. Lo sigo con la vista: parece un personaje de sus propios libros, caminando hacia un lugar que no existe en ningún mapa, pero sí en todas las bibliotecas".
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